Hoy me gustaría hablar
de un síntoma que tenemos muchas más personas de lo que pensamos, y que yo, en
particular, conozco muy bien por haberlo vivido durante mi infancia y
adolescencia. Padeciéndolo después por muchos años de mi vida hasta que conseguí sanarlo.
Es un aspecto de nuestras
vidas que muchas veces no le damos la importancia que realmente tiene, o solo
en algunos casos puntuales, pero que nos hace vivir bajo un estado de estrés
constante, desgastando nuestro cuerpo, nuestra energía y desconectándonos de
nuestra alma. A veces hasta el punto de arrastrarnos hacia un depresión
profunda y de no desear vivir, si su impacto ha sido devastador en nosotros.
Actualmente en nuestras
sociedades hay una epidemia del desorden denominado PTSD, por sus siglas en
inglés, que significan estrés postraumático.
Este síntoma no solo se
manifiesta en veteranos de guerra o debido a una tragedia vivida como una violación,
puntual o repetitiva. Sino también debido a una agresión, una experiencia
humillante u otras situaciones que nos hayan afectado en grado sumo sea durante
la infancia, adolescencia o en cualquier edad, hasta el punto de que, el ruido de
unas llaves o el sonido de unos pasos acercándose a nosotros pueden despertar
las memorias en nuestro interior. Y entonces revivimos el pasado, nuestro
cuerpo se tensa, se activa nuestro deseo de huir, llenándose el torrente
sanguíneo de adrenalina y cortisol. Por lo que estamos atrapados a nuestro
pasado, y nuestro cuerpo también a través de la conexiones establecidas entre
las neuronas que lo reviven.
Debido a todo lo que estamos
viviendo actualmente, y a lo vivido a lo largo de la historia de la humanidad
repleta de guerras, invasiones y agresiones que provocaron la muertes de seres
queridos, abandonos y abusos de todo tipo, actualmente hay una epidemia oculta
en nuestras sociedades de PTSD, donde un gran número de personas tienen este
síntoma debido a situaciones desagradables y/o traumáticas vividas y con las
cuales hemos de lidiar en nuestras vidas. Situaciones que, puede, que acabemos
olvidando para intentar sobrevivir a ellas y continuar adelante con nuestras
vidas, pero las cuales permanecen en nuestro interior, almacenadas en nuestro
subconsciente.
Este desorden proviene
de milenios durante los cuales la humanidad lo ha ido sufriendo por todo lo
vivido a lo largo de la historia. Y va pasando de generación en generación, en
forma de traumas sin resolver, depositándose en nuestro subconsciente y en
nuestro corazón, además de estar presente en nuestras mentes, en nuestro cuerpo
y campo energético.
Cuando vivimos una
situación donde la integridad de nuestro ser está en peligro, sea a nivel físico,
emocional (abusos emocionales) o mental (algún tipo de tortura psicológica o
invasión de nuestra mente), es normal tener miedo y que se active en nosotros el
instinto de lucha o huida.
Esto es debido a que, ante
cualquier tipo de amenaza: física, emocional o mental, nuestras mentes solo disciernen
una energía dirigida hacia nosotros que tiene la intención de romper nuestra
integridad y desgarrar nuestro ser.
En este tipo de
situaciones, el cuerpo responde. Y es desbordado con adrenalina que nos da
fuerza, energía y reflejos agudos para lidiar con la amenaza. Pero una vez ésta
se acaba, lejos de relajarnos completamente, podemos experimentar altos y bajos
emocionales y estar en estado de shock por un tiempo.
Si la situación se
repite de vez en cuando, o cada día durante un periodo de tiempo, aunque
lidiemos con ello, permaneceremos en un estado de nervios, o de shock, constante
aunque no siempre tendrá la misma intensidad. Sino que se manifestará más
cuando estemos bajo una situación de estrés. Como un examen, una audición, o
una exposición de un trabajo en público donde podemos quedarnos en blanco,
incapaces de reaccionar.
Además, en el día a día
podemos vivir heridas emocionales que se añaden a la información ya vivida y
almacenada en nuestro subconsciente, dándonos inseguridades que pueden llegar a
ser profundas, problemas para confiar en nosotros y en los demás, culpa profunda,
vergüenza, miedos y más. Y todo ello surge de experiencias pasadas, e incluso
provenientes de otras vidas, que forman un PTSD escondido en nuestro interior.
Este síndrome puede
suceder a distintos niveles.
Nuestra cultura tiende,
aunque actualmente cada vez menos, a enterrar las emociones o a intentar que no
sean expresadas. Además de que muchas veces no tenemos amistades o familiares
en quien confiar para abrir nuestro corazón sin miedo. Por lo que es difícil expresarnos
tal y como somos. Y entonces bloqueamos lo que sentimos, provocando que nos escondamos
tras máscaras sociales de lo que debe ser y cómo debemos comportarnos.
PTSD surge de una
experiencias traumática, o una serie de ellas si se repiten. Y que dejan una
huella en nosotros tanto a nivel físico como emocional y mental. Puede también ser
debido a romper con una pareja de forma traumática, perder un trabajo y
encontrarnos solos sin soporte económico, o el haber vivido una experiencia
humilladora, por ejemplo algo que sucedió durante el periodo escolar, como el
ser forzados a comer algo que no nos sentaba bien. O puede ser que hayamos
tenido abortos espontáneos, y muchas más situaciones. A partir de las cuales
PTSD nos influencia negativamente en nuestra decisiones del cada día y provoca
cambios en el tejido físico (tanto en las conexiones neuronales como en los
tejidos que rodean las células) y en nuestro campo energético.
Este síndrome también se
puede desarrollar después de una enfermedad, haya sido corta o larga, por el
impacto que ha tenido en nosotros. O si cuidamos de alguna, o algunas personas,
y nos sobrecargamos de trabajo a expensas de nosotros mismos. O puede porque a
menudo nos etiquetan como “frágil”, “débil”, “hipersensible”, “inútil”… Dando
pie a que los demás tengan un poder sobre nosotros, y el sentirnos como si
estuviéramos embrujados por el resto de nuestras vidas.
Debido a que el PTSD afecta
principalmente el sistema nervioso, crea una adicción inconsciente que nos
conduce, sin darnos cuenta, hacia fuera de nuestra esencia, y nos va
desconectando poco a poco del potencial que reside en nuestro corazón y en
nuestro ser, quedándonos atrapados en el campo puramente mental (racional y
lógico) para protegernos de las emociones que nos afectan y que no sabemos cómo
manejar y liberar.
Pero con una nutrición
adecuada, apoyados a nivel emocional y sanando el alma, podemos reclamar
nuestra vitalidad y recuperar la conexión con nuestra Esencia para vivir con
plenitud nuestras vidas.
Cuando sanamos de PTSD
aumentamos nuestra capacidad para operar en la vida, nos abrimos a las bondades
que la vida nos quiere ofrecer, y que hasta ahora no tenían un espacio en
nosotros donde entrar y ser recibidas. Nuestra autoestima y confianza en
nosotros aumenta, y la vida empieza a fluir.
La medicina convencional
nos dice que la causa del PTSD es un trauma emocional, que puede provenir de un
trauma físico o no, y que se almacena en nuestro cuerpo. Y que es despertado a
través de olores, al ver algo que nos recuerda dicho trauma, al escuchar un
ruido que nos evoca el trauma o al percibir algo que nos conecta con la
situación traumática del pasado. Debido a que considera que las emociones
tienen un componente corporal porque el cuerpo reacciona a ellas, la solución
que ofrece es dar beta-bloqueadores, unas drogas que se oponen a los efectos
del sistema nervioso simpático (que es el responsable de la respuesta corporal
ante una situación de lucha o huida), y que nos provoca un aumento de la
energía debido a la cantidad de adrenalina y cortisol que empiezan a circular
por nuestro torrente sanguíneo. A continuación de dar los beta-bloqueadores, se
activa en la persona la memoria del trauma, sea a través de imágenes, sonidos u
olores o sensaciones. Y la persona recuerda la experiencia, pero su cuerpo no
responde a ella. Es decir, el sistema nervioso simpático no se activa. Esta
situación se repite diversas sesiones hasta que el cuerpo es capaz de crear una
nueva memoria de lo sucedido sin el componente emocional, asentándola en el
cuerpo, pero sin que éste sea activado. Como si fuera un sujeto pasivo ante la
situación traumática.
Pero esta práctica no
sana el trauma, solo inhibe sus síntomas. Y nuestro corazón continuará roto o
desgarrado, con necesidad de ser reconocido y de apoyo y abrazo emocional.
Porque, en realidad, la
verdadera causa de PTSD es la presencia de un desequilibrio químico en el
cerebro que impide que nuestras neuronas y neurotransmisores estén protegidos y
sean capaces de lidiar sin problema con la experiencia traumática. Este desequilibrio
provoca una disminución del campo electromagnético generado por el cerebro (que
se vuelve incoherente y desordenado), y del campo electromagnético del corazón.
Aunque también puede ser al revés. Es decir, que ya tengamos campos electromagnéticos
incoherentes, débiles y caóticos, y como consecuencia el cuerpo manifieste un
desequilibrio químico en diversos órganos y sistemas.
Cuando no tenemos
glucosa suficiente almacenada en el tejido cerebral para alimentar el sistema
nervioso central, incluyendo la médula espinal, un impacto emocional fuerte
puede crear efectos que perduren. En realidad, el PTSD no ocurre por una falta
de electrolitos o por ser débiles e incapaces, sino por una falta de glucosa.
Cuando una persona es
capaz de vivir los reverses emocionales sin problema significa que tiene buenas
reservas de glucosa en su cerebro. Porque la glucosa soporta nuestras emociones
y nuestro campo emocional.
La glucosa es un
bioquímico protector crítico para la salud del cerebro y de todo el sistema nervioso,
incluyendo las neuronas del corazón. Ya que coloca un velo de protección encima
de nuestro cerebro sensible y del tejido neurológico (como si fuera una capa más
de las meninges).
Si la glucosa la
pudiéramos convertir en dinero, un evento traumático importante sería como si
gastáramos el dinero necesario para comprar un coche nuevo. Mientras que una situación abusiva persistente
con el tiempo (días, semanas o meses) sería como los estragos que se producen
en la cuenta corriente al comprar una casa nueva.
El velo protector que
genera la glucosa es necesario para:
a.
Evitar que las células cerebrales, el tejido del cerebro
y las neuronas se saturen de la naturaleza ácida y corrosiva de la adrenalina y
el cortisol liberados cuando tenemos rabia, frustración, nos sentimos humillados,
sin esperanza y con miedos.
b.
La glucosa se sitúa en el cerebro y en las neuronas del
corazón para parar las tormentas eléctricas que se producen allí, y que surgen
cuando sucede un trauma. Ya que los impulsos eléctricos entre neuronas se
suceden a un ritmo alarmante afectando el tejido cerebral, las neuronas y las
células gliales.
Cuando no tenemos
glucosa suficiente, los impulsos eléctricos que se suceden entre los millares
de neuronas pueden causar un sobrecalentamiento y quemarlas.
El azúcar en forma de
glucosa o fructosa también previene que nuestra boca se sobrecaliente cuando
tomamos chile, por ejemplo, de la misma forma que previene que suceda lo mismo
al cerebro debido a un exceso de adrenalina.
Si tenemos mucha
deficiencia de glucosa en el cuerpo, podemos traumatizarnos al pincharse una
rueda del coche y dejarnos tirados a medio camino.
En cambio, si tenemos
glucosa suficiente, podemos ser testigos de un robo a mano armada en una
tienda, y al cabo de un rato llamar a un amigo o familiar y explicarle lo
sucedido sin ningún problema.
Pero hemos de tener en
cuenta que los azúcares refinados, y provenientes de dulces de pastelería, de
bollería o carbohidratos refinados y envasados, no tienen el mismo papel. Solo
los azúcares naturales, provenientes de frutas, verduras, miel cruda y sirope
de arce son capaces de proteger nuestro cerebro.
A veces hay personas que
remplazan la necesidad de azúcar por la adrenalina. Y necesitan realizar
deportes extremos, subir a atracciones que nos ponen al límite, por ejemplo,
para sentirse con energía y vitales. Pero como todo lo que sube baja, al cabo
de unas horas se sienten cansados, desfallecidos o muy nerviosos con necesidad
de volver a realizar otra actividad que les estimule la liberación de
adrenalina. Y algo parecido sucede cuando tenemos bajones de azúcar al cabo de
una o dos horas después de haber comido bollería o un helado, aunque a veces no
nos demos cuenta de ello.
Las emociones asociadas
al PTSD son: miedo, hostilidad, inseguridad, rabia, necesidad de evitar
situaciones problemáticas (incluso no poder ver películas que muestran
situaciones problemáticas), estar en estado de defensa constantemente,
agitación, tristeza, hipervigilancia, irritabilidad, estar distraído, sentirse
abandonado, frustración, resentimiento, cinismo, culpa, invisibilidad, sentir
que nuestra voz no es importante o no sentirnos escuchados, sentirnos sin
poder, vulnerabilidad, pérdida de confianza en uno mismo, falta de valoración,
desconfiar en los demás.
Una manera de comenzar a
sanar el PTSD es creando experiencias positivas que sirvan de puntos de
referencia para empezar a construirnos de nuevo.
Es como si fuéramos un
árbol al que lo han desarraigado y que lo han plantado en un nuevo terreno.
Ahora se trata de enraizar de nuevo en un terreno nuevo que esté fertilizado y bien
regado para afianzar las raíces, coger fuerzas y florecer.
Como más experiencias
positivas creemos, más fácil será superar el PTSD. Y sobre todo aquellas que
estén relacionadas con la naturaleza. Porque ella nos ayuda a reconectar con
nuestra esencia de luz, a abrir los pulmones a la vida y el corazón a la luz y
al bienestar.
Por ejemplo:
1.
cultivar alguna planta desde sus semillas,
2.
paseando tranquilamente y sin prisas para calmar y
restaurar la mente por un bosque o la playa, fijándonos en las tonalidades de
la luz alrededor, de si hay viento, si hay pájaros, qué tiempo hace…
3.
hacer un puzle, ya que es una manera de decirnos que del
caos de todas las piezas separadas entre ellas, emerge el orden y la coherencia
una vez lo terminamos.
4.
Pintar, dibujar, bailar… son experiencias potentes que
nos ayudan a estar en el presente y desapegarnos del pasado, además de poner
nuestra atención en los detalles bonitos del mundo.
5.
Adoptar un animal de compañía
6.
Hablar con una vieja amiga/o como una manera de
reconectar con una parte esencial de nosotros.
7.
Tener un hobby
8.
Aprender un lenguaje nuevo…
Una alteración emocional
traumática altera nuestra percepción de la vida. Y nos quedamos atrapados en
ella. Por lo que escuchando el sonido de unas llaves, el ruido de un motor, unos
pasos que se acercan, por ejemplo, pueden ser desencadenantes de las emociones
experimentadas durante el trauma y provocar una liberación súbita de adrenalina
que nos activa el deseo de huir. Aunque sin necesidad. Ya que la situación ya
no está allí, porque forma parte del pasado. Pero ello indica que ese pasado
está muy presente en nosotros, reviviéndose cada vez que sucede algo que desencadena
sus memorias.
Para superarlo, es bueno
practicar el mindfulness, la meditación (sea sentados o en movimiento), tai-chi
o yoga porque nos ayudan a estar presentes en el aquí y el ahora. Y nos es más
fácil desapegarnos del pasado y liberarlo, mientras nos conectamos con el presente
y nos vamos abriendo a recibir las bondades de la vida. de esta manera nos
vamos desidentificando de él y vamos recuperando nuestro poder interior, la valoración
de nosotros mismos y la autoestima.
También podemos invocar seres
de luz. Como el Ser de Luz de la Restitución, que actúa desde la Compasión y
está conectado a nuestra Yo Superior. Este ser conoce mejor que nosotros mismos
como nuestras almas y espíritus pueden ser vencidos, como si hubieran recibido
una paliza (o varias). Y sabe cómo recuperarlos y restaurarlos.
A nivel nutricional, es
muy importante comer alimentos que contengan glucosa. Como los arándanos
silvestres, melones, papaya, plátanos, boniatos, higos, naranjas, mangos,
mandarinas, manzanas, miel cruda y dátiles.
Además de tomar algunas hierbas
y suplementos sanadores:
L-glutamina: apoya la
función cerebral y la salud neural.
5-MTHF: apoya el sistema
nervioso central.
Complejo vitamina B:
apoya la función cognitiva y refuerza los neurotransmisores
Ginkgo biloba: alimenta
las neuronas y apoya los neurotransmisores
GABA: refuerza los
neurotransmisores y calma la mente hiperreactiva.
Espirulina: ayuda a
restaurar el tejido cerebral y apoya el sistema nervioso central
Hierba de cebada en
polvo: ayuda a restaurar el tejido cerebral dañado
Miel: equilibra y ayuda
a regular los niveles de glucosa, además de ayudar a restaurar las paredes
celulares dañadas
Hoja de ortiga: ayuda a
regular y apoya un sistema endocrino hiperreactivo.
Magnesio L-treonato:
potencia la función cognitiva y ayuda a bajar la hipertensión.
Ginseng siberiano:
refuerza y equilibra el sistema endocrino.
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